Tuesday, February 21, 2012

Altares en la Patagonia >> Fotos>> Lidia Milani

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Altares a la vera del camino
Vanesa Guerra



¿Existe una voz humana, una voz que sea la voz del hombre, como el chirrido es la voz de la cigarra o el rebuzno es la voz del asno? Y si existe, ¿acaso el lenguaje es esta voz?


Giorgio Agamben

A propósito de la obra Altares en la Patagonia
Las fotos que Lidia Milani nos presenta fueron tomadas en el sur de la Argentina, en la Patagonia, allí donde emerge desde la meseta la Cordillera de los Andes. La Patagonia es inmensa y hondamente despoblada; a medida que nos adentramos en ella, los pueblitos se transforman en páramos y los páramos en cascos de estancias, acertados en los mapas como puntos importantes, pero sólo predilectas propiedades privadas que se distancian entre sí cada vez más.

En los caminos que cruzan las hectáreas desangeladas de las estancias y en los caminos que corren a la vera de los ríos, el viajero, gente que no siempre es del lugar, va dejando sus huellas; quienes hemos recorrido el sur sabemos de inmensas rocas inscritas o pintadas con el nombre amado de un pueblo lejano; o señales de vialidad erosionadas de viento y atravesadas por el tiro certero de una escopeta; y también, sabemos y hemos sido tomados por las manos que trabajan las paredes de una montaña, o las piedras y maderas del camino con las que el viajero o el peregrino que anda construye altares.

En las rutas inhóspitas de estas tierras abiertas, la gente habla o se habla a través de esas huellas.

Revaloramos el gesto de detenerse, el acto de construir un altar, la apertura a un tiempo al margen del acto de viajar, o del acto de trasladarse en la extensa hondura de esta región, de un pueblo a otro.

Revaloramos la mirada de Lidia Milani, que nos transforma con su acto y con su gesto artístico en viajeros de esas tierras y a la vez en interlocutores de esas gentes que levantan altares llevando de un sitio a otro una estatuilla a cuesta o tan solo disponiendo un par de maderas en forma de cruz.

Acaso, estas imágenes que ha sabido intuir y legarnos ésta fotógrafa nos permitan reflexionar acerca de la posibilidad de recuperar la experiencia en la vida contemporánea.

Estamos advertidos de la dificultad, como ya planteara Agamben “al hombre contemporáneo se le ha expropiado su experiencia” sin embargo, cuando elabora La crítica del instante y su continuo dirá: “una transformación cualitativa del tiempo sería la de mayores consecuencias y la única que no podría ser absorbida por el reflujo de la restauración” (1)

Así, de alguna manera queda planteado que “cambiar el mundo” significa sobre todo “cambiar el tiempo” hacer una experiencia diferente del tiempo.

Cada altar entre los altares
Por otro, lado es importante agregar, que los altares que Lidia Milani captura o los altares por los que la mirada es capturada, son un hecho único e irrepetible, aún cuando esas mismas vírgenes, encuentran otros altarcitos a la vera de otros caminos en regiones tan remotas como el norte del país en Salta, o en Jujuy o en el corazón abigarrado de una esquina transitada en plena urbe porteña.


No se trata de buscar lo que hay en común entre ellos, de hecho nos perderíamos: lo plantearemos así:


Una imposible peregrinación por cada altar, dibujaría un recorrido pretencioso que uniera pampas y mesetas, desolaciones y plazas céntricas, lo urbano con el llano, los rincones de una casa con la esquina de una iglesia, donde alguien construyó un altarcito, afuera, en la vereda de enfrente, donde un perro callejero le ladra a un mendigo que tiene una estampa arrugada de la Virgencita Desatanudos en la mano.


La imposible peregrinación procede a comunicar elementos en una suerte de red movediza que crece de manera multiforme, pues la gente que anda caminos y calles, continuaría levantando altares por detrás de nuestros pasos, mientras la vida transcurre a sus costados, entrelazándose.


Esto nos recuerda en primera instancia una idea de Jorge Luis Borges desarrollada en El idioma analítico de John Wilkins (2); recordaremos que el narrador plantea que:


-“todos los idiomas del mundo (...) son igualmente inexpresivos”


-“en el idioma universal que ideó Wilkins... cada palabra se define así misma”


-Wilkins “Dividió el universo en cuarenta categorías o géneros, subdivisibles luego en diferencias, subdivisibles a su vez en especies.”


-“La belleza figura en la categoría décimo sexta, es un pez vivíparo, oblongo. Esas ambigüedades, redundancia y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en: (a) pertenecientes al emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d)lechones, (e)sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h)incluidos en esta calificación, (i) que se agitan como locos, (j)innumerables,(k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera,(m) que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas.”


-“… no hay clasificación del universo que no sea arbitraria y conjetural. La razón es muy simple, no sabemos qué cosa es el universo.”


-y por último, “(Teóricamente, no es inconcebible un idioma donde el nombre de cada ser indicara todos los pormenores de su destino, pasado y venidero.)”


Por todas estas ideas que refieren a la condición humana, pareciera que buscar lo común es tan complejo como hallar lo singular, pues buscando y clasificando lo común, Wilkins, y después Kuhn, han llegado al desparpajo de lo singular, al punto de poner dentro de una comunidad y a la misma altura, elementos tan complejamente disímiles en tiempo y en espacio pero imaginariamente hermanados.


En continuidad a esa misma discusión, Borges en Funes el memorioso (1942)(3) pone en boca de su narrador la siguiente idea:


“Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes de recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferir el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y de diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente).”


Creeríamos que estas ideas bien podrían aplicarse a los altares que la gente ha levantado al costado de los caminos.


Cada altar tendrá en secreto su nombre dado, pero no sabemos qué nombre se cifra en la entraña de su destino.

Encuentro y presencia

Es en el encuentro entre los unos y los otros, por ejemplo, entre los hacedores de altares y los que andan caminos, donde la experiencia del encuentro hace huella.

Lo planteraremos así:

Altares en la Patagonia bien podrá ser un rescate del afán popular e íntimo de los argentinos; aún, bien podría ser la muestra irrevocable de un país caído tras la crisis del 2001 que levantó su esperanza y su amargura en tantísimos altares sobre diversos recodos en tierras argentinas; sabemos que a la vera de nuestras rutas, hay demandas de amor, rogativas, agradecimientos, ofrendas, promesas, recordatorios, nacidos de un gesto personal y privado, pero –y queremos subrayar lo que sigue- estos altares tienen la potencia de convocar a otros, hombres y mujeres, que azarosamente encontrarán o pasaran por el sitio, para detenerse, elevar nueva oración y hermanarse a quien no conoce, en la misma fe.

Por eso decimos que un altar a la vera del camino es un lugar de encuentro. O mejor dicho: es un lugar que se funda en tanto el viajero lo encuentra, o quizá, en tanto el viajero atento es encontrado, atravesado por una presencia que desde la vera, con halo ajeno y familiar, lo convoca. En ese encuentro, el altar desata un tiempo propio que atesora la cifra del voto, cifra que refiere a la condición humana, a la experiencia del desamparo o a la experiencia de la gratitud. Cada altar invoca un mundo subjetivo, infinito pliegue de la voz humana que intenta un salto que la trascienda. Y allí donde la voz se acaba, donde el lenguaje encuentra su buena frontera, donde las flores, las velas, las reliquias, las estatuillas agregan soporte a la lengua, se levanta el altar invisible y poderoso, ombligo de plegarias, portal entre los unos y los otros.

Hacer huella–experiencia. Cada altar se enlazará así mismo en sus propias diferencias, aquellas que puede alojar en cómo mira y es mirado. Cada quien sedimentará lo que caiga de esa experiencia de encuentro, experiencia temporo-espacial con los otros, los semejantes, ausentes, pero representados.


Fe y palabra

Así vírgenes y altares andariegos, a fuerza de peregrinos, brotan como un llamado. En el extasiado paisaje patagónico, en la vasta soledad de las mesetas, en parajes que aún vibran el eco de la hechura geológica reciente, el gesto y la huella de la fe, propone un lazo con el semejante; será ése el misterio, la fe que habita en la palabra, el poder real de la palabra, que hace escritura en el cuerpo, en el propio y en el ajeno -que escucha y habla; que mira, se mira y es mirado-, cuerpos atravesados y acompañados por la letra, cuerpos que realizan un acto y construyen (inscriben) un altar que los representa en gratitud y en desamparo frente a sí y frente a su Virgen, y necesariamente, frente a los otros.

Entonces, las virgencitas y los altares andan porque los hombres y las mujeres hablan, porque habitan el lenguaje, porque los altares se construyen con palabras que narran la historia de cada quien, por eso, de algún modo, evangelizan en la fe hacia lo humano y llevan la palabra de unos a otros, recordando cada vez la hechura de finitud y ese inmenso e irrevocable afán por trascender.


Altar: texto al margen

Estos altares de Lidia Milani refieren a construcciones anónimas; si acaso Milani sabe quien los ha hecho, no nos lo dice, y aun, agregaremos que no ha titulado sus fotos, nos las da así, limpias; por eso estamos como en la ruta, andando, sin saber quién ha levantado ese altar y en nombre de cuál propósito. Lidia Milani contruye rutas por afuera de los mapas, reinventa la cartografía del llamado, la cartografía de los lazos humanos y como los mitos y las leyendas, la función del acto que ha creado el altar, y que Lidia recrea para nosotros, inunda y supera la acción privada, pues, cada virgen de yeso o de arcilla arropada en los caminos, cada ermita de chapa o piedra, no sólo habla de un hombre o de una mujer, sino de todos aquellos que podemos reconocer el gesto, un gesto tan primitivo como la construcción de un refugio a la divinidad, modo peculiar de preservar una creencia, de alimentarla y alimentarse en ella.

Así, el altar que mira y el altar que es mirado, supone un encuentro, una experiencia que se funda a la vera de las cosas y compone una suerte de relación, de comunidad, sin palabras, solo plegaria y balbuceo de preguntas, al margen, al margen y entre la voz y el lenguaje.


Sin duda que las vírgenes de este pueblo hablan de nuestra gente, por supuesto que en sus altares se esculpe tanto la tradición como la diversidad, trozos de memoria de la tierra, pero, esos altares peregrinos, aun los arrumbados, los vacíos, los ausentes, los que están por venir, son textos que narran una historia imposible, siempre inconclusa, jamás universal, de múltiples o ínfimas voces. La historia que se hace presente en este manifestar espontáneo, expresa con humano límite la pasión de los fieles, y en tanto no termina de expresarse, anda peregrino el gesto y va replicando virgencitas por aquí y por allá: pasiones representadas y puestas en escena.



Para un final


Tiempo y espacio del altar

Al margen del camino o en las márgenes del río se funda un sitio.

La opresión de lo cotidiano, lo que se extrema en el vértigo o en el hastío de esta época, pareciera responder a la enorme dificultad de traducir la existencia humana en una experiencia.

Sin embargo, al costado de donde ocurren las cosas, al costado de lo que transita, algo habla de la búsqueda de un tiempo y de un espacio diferente. Quizá el altar recupere la intención de la experiencia, en tanto alguien pueda encontrarse convocado en su existir. Los hacedores de altares o los devotos o los atentos a los gestos de sus semejantes, modifican o se modifican en este encuentro y eso nos remite a la experiencia, que no es necesariamente una experiencia mística, más bien se trata de una marca, un reconocimiento de uno en el otro, algo que se advierte, que rompe la homogeneidad del espacio, del espacio psíquico o geográfico, algo que quiebra el monocorde transcurrir de los días; y que llama, mira y propone; y se le toma, se le aloja con toda su potencia, con las múltiples fuerzas que lo componen o lo habitan, y se le hace lugar, y algo, en ese espaciarse, en ese hacerse espacio por dentro, acontece.

“El espacio entre voz y logos es un espacio vacío … Sólo porque el hombre se encuentra arrojado en el lenguaje sin haber sido llevado por una voz, solo porque arriesga en el experimentum linguae sin una gramática, en este vacío y en esta afonía, algo como un ethos y una comunidad se vuelven posibles para él” (4).


Diciembre 2007
Notas:


1- Agamben G. Infancia e historia- ensayo sobre la destrucción de la experiencia. 1978y 2001 -Segunda edición Buenos Aires, Adriana Hiladgo Editores , 2004


2- Borges J.L. Obras completas- Otras inquisiciones(1952) El idioma analítico de John Wilkins. -Buenos Aires, Emece, 1981


3- Borges J.L. Obras completas- Artificios (1944) Funes el memorioso (1942)- Buenos Aires, Emecé, 1981


4- Agamben G. Infancia e historia- ensayo sobre la destrucción de la experiencia. 1978 y 2001- Experimentum linguae- Segunda edición. Buenos Aires, Adriana Hiladgo Editores , 2004

dr Elephant!